Un párroco de Sevilla estuvo casi un mes suspendido de sus funciones por una denuncia falsa, en la que supuestamente un feligrés se habría suicidado tras sufrir acoso sexual.
La Iglesia de Sevilla ha vivido en los últimos dos meses un episodio surrealista, en el que un sacerdote ha sido acusado falsamente de acoso sexual y de inducción al suicidio de un feligrés. Según esta falsa denuncia, el párroco se habría aprovechado supuestamente de su víctima con una información obtenida bajo secreto de confesión, para luego imponerle unas penitencias inasumibles, hasta que este hombre no pudo más y decidió quitarse la vida. El supuesto suicidio habría ocurrido a finales del año pasado.
Ésa fue la información que le llegó a otro sacerdote, que la elevó al Arzobispado. Éste, para evitar el escándalo y sin hacer la más mínima comprobación, decidió como medida cautelar apartar al denunciado de sus funciones, al tiempo que anunciaba la apertura de una investigación interna. Tuvo que ser un detective privado, Juan Carlos Arias, de la agencia ADAS, quien esclareciera el caso.
Mientras la Justicia canónica proseguía con su investigación interna, lo primero que hizo el detective fue acudir al registro civil para obtener los datos de la persona que se había quitado la vida y tratar de averiguar las circunstancias del suicidio.
No halló nada. Tampoco encontró referencia alguna al caso en el juzgado de Guardia, ni en el Instituto de Medicina Legal de Sevilla, donde supuestamente le tendrían que haber hecho la autopsia. El detective siguió investigando y descubrió que sí existía una persona con esa identidad, pero que ni siquiera estaba muerta. Estaba viva y en perfecto estado de salud, sin tener ni idea de que su nombre había sido utilizado para tejer una denuncia falsa contra un cura.
El investigador siguió tirando del hilo y descubrió que la denuncia que le había llegado al otro sacerdote -y que éste había mandado al Arzobispado- provenía de una mujer que tiene sus facultades mentales alteradas, circunstancia que ella misma ha reconocido. El detective demostró que la denunciante creó dos cuentas de correo electrónico, suplantando dos identidades reales -una de ellas la del supuesto suicidado-, que habría utilizado para construir su falsa acusación y enviársela al otro sacerdote, a quien conocía. En esos correos, la supuesta víctima le habría dicho días antes de quitarse la vida que estaba perdido en su fe, que buscó sin éxito guía y remedio para su desempleo y su crisis existencial.
El cura le habría maltratado como sacerdote. Se aprovechó de una superioridad moral, le sugirió penitencias extemporáneas, tales como la flagelación y el ayuno, y después lo acosó sexualmente. A raíz de esto, el hombre optó por suicidarse. El sacerdote que recibió esta información la puso en conocimiento de la autoridad eclesiástica, que apartó de sus funciones al párroco y lo mantuvo así durante casi un mes, hasta que el detective desmontó la acusación. La realidad es que el párroco denunciado ni siquiera trató nunca en persona a su falsa víctima.
Tras el informe elaborado por Juan Carlos Arias, la denunciante pidió perdón al párroco y el Arzobispado archivó su investigación interna, levantando finalmente la suspensión cautelar que pesaba sobre el cura denunciado, quien además ha sufrido en este periodo la muerte de su padre.